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Constituirnos como pueblo



En conversación con Eric Hazan, Jacques Rancière pasa revista a nuestro tiempo y lo hace en un libro breve y denso, de factura muy similar a Le partage du sensible. Esthétique et politique, también publicado por La fabrique éditions. Su título: En quel temps vivons-nous?
Particularmente interesantes son las lecciones que extrae de los movimientos de asambleas en las plazas, ya sea Nuit debout, Occupy, o el 15M.

Oponiéndose a un tipo de pensamiento que identifica con el marxismo, Rancière insiste en el valor creador de las instituciones políticas. Un pueblo no preexiste a sus instituciones sino que, en buena medida, resulta de las mismas. Organizar al pueblo alrededor de Instagram y sus caudillos, no es idéntico a producirlo con una asamblea de representantes sorteados y en rotación (véase página 14). Siempre cabe aducir que lo primero es fácil y lo segundo difícil aunque debe uno siempre preguntarse ¿fácil para qué? Efectivamente, puede ser muy fácil pero para volver, poblándolos con otros rostros, al mismo escenario del que nos deseábamos alejar. Y el problema no son los rostros: es el escenario. 

Rancière apuesta por una política capaz de darnos elementos novedosos acerca de cómo construir la identidad del pueblo. Porque, sin esas innovaciones, estamos en manos de lo que existe. La representación, es otra idea importante de Rancière, no está en crisis. Existe desafección, apatía y desprecio por la política y los políticos; mas es que el sistema representativo cuenta con ello. El sistema es estructuralmente cínico y mientras nada diferente se le oponga, siempre dirá: tengo el mérito de existir. Las asambleas, es lo relevante de las recientes experiencias, mostraron un deseo de comunidad igualitaria; falto dotarlas de procedimientos inteligentes que las volviesen eficaces sin descuajeringarse en la autocontemplación narcisista. Ese narcisismo, por lo demás, nos despista sobre la tendencia oligárquica común en todas las asambleas, tendencia que puede evitarse a condición de que se prevenga. 

La política, nos insiste Rancière, son actos en que nos constituimos de otro modo y, coherente con toda su obra filosófica, solo existe una manera de hacerlo: practicando la igualdad. Sobre lo cual se carcajean nuestros estrategas, a menudo escudados en alguna idea de que lo fundamental no está en la política, sino en otra parte: en el capital, el neoliberalismo o en que los representantes actúen como debieran, como sujetos responsables y kantianos —que es lo que alguien dijo en un libro que debían ser y no son. La ciencia, o la buena filosofía, nos enseñaría que con nuestras experiencias innovadoras miramos donde no debemos, cuando deberíamos aprender que todo eso es secundario; naturalmente deberíamos aprenderlo de los que conocen la buena doctrina. Como a ser adoctrinador, que es una función muy golosa, habrá siempre una plétora de candidatos, podemos quedarnos muy entretenidos decidiendo sobre si unos o si otros. En ese entretenimiento se ratifica nuestra renuncia a probar que se puede vivir políticamente de otro modo.   

Es importante, y Ranciére lo hace muy bien, ridiculizar ese relato altanero, que no siempre se presenta como alguna variante del marxismo, también lo hace como teoría de la rebelión pura (más o menos situacionista): en uno y otro caso cualquier avance democrático concreto resulta una distracción. Sus ajustes de cuentas con la sociología —aquí, sin nombrarlos claramente,, con Boltanski y Chiapello y El nuevo espíritu del capitalismo— siguen sin convencerme. La ciencia social bien hecha ayuda a constatar lo que existe, que no siempre se encuentra al alcance de la inteligencia inspirada de cualquiera, incluso si esta resulta tan apabullante como la de Rancière. Precisamente esa disciplina en el discurso, aunque ofenda nuestro narcisismo, puede ser una ayuda preciosa para generar instituciones, siempre susceptibles de degradación, donde se produzca otra sensibilidad compartida. Para que esa sensibilidad permanezca en el tiempo, esta exige un profundo sentido democrático de la responsabilidad y la eficacia. 

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