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La literatura no ha existido siempre ni debe agotarse nunca



El investigador Juan Antonio Hernández García fue amigo y colaborador de Juan Carlos Rodríguez. También ha editado varios trabajos suyos en la elegante editorial ICILe (siglas de Investigación y crítica literaria en España). En octubre de 2016, casi justo cuando nos dejaba, Juan Carlos Rodríguez conoció una edición de 28 entrevistas y de una concienzuda bibliografía, todo ello al cuidado del mentado editor. Su título Pensar la literatura. Entrevistas y bibliografía (1961-2016), Granada, Asociación ILICE/Los libros imposibles, 2016, 279 páginas.
El libro, elegante y cuidado, se abre con un prólogo de Hernández donde se nos propone un acercamiento global a la trayectoria de Juan Carlos Rodríguez. El prólogo está espolvoreado de extensas notas al pie que podrían dar lugar a una biografía. Allí sabemos que Teoría e historia de la producción ideológica —que acaba de reeditar Akal en la excelente colección Cuestiones de Antagonismo: Juan Carlos Rodríguez, con dos libros, es el único autor español en ella— tuvo una formidable acogida donde ya se insinúa el horizonte en el que se desarrolló la recepción del pensador granadino: por un lado, se le reconoce el mérito de haber facturado un estudio original, ajeno a los continuos trabajos de importación; por otro, ya se apuntó el intento de reducirlo a un chato epígono de Althusser —fue, por ejemplo, la estrategia de Alberto Cardín en la revista Diwan—. Hernández, en páginas muy prietas, consigue informar sobre el autor y segregar el aroma político y cultural en el que se le fue recibiendo a lo largo de su trayectoria. 
Las entrevistas nos muestran al joven doctorando entrevistado por el Diario Patria, joven que, por la bibliografía, sabemos que fue poeta, actor y director teatral en la Granada de los 60. Posteriormente, lo vemos atravesar los años ochenta y enfrentarse a la crisis del marxismo sin renunciar a un método de análisis. En un documento autobiográfico ,referenciado por Hernández, Juan Carlos Rodríguez dice no querer equipos sino preferir “estrategias de motivaciones colectivas”. Leyendo las entrevistas de aquellos años, entrevistas en las que Juan Carlos Rodríguez vuelve inteligentes preguntas que no siempre lo son, se comprende lo costoso que fue seguir motivando en el marxismo en medio de las desbandada general. Un lugar importante ocupan en el libro sus relaciones con la Otra sentimentalidad granadina, relaciones en las que se muestra siempre desmitificador pero leal y discreto acerca de sus amigos y amigas y orgulloso de aquel empeño colectivo.
Avanzando, contemplamos la costosa, dificultosa hasta lo cicatero, consagración del pensador al que se olvidó tras el gran libro del 74. Juan Carlos Rodríguez sigue manteniendo sus principios teóricos pero sabe registrar el decurso del mundo y del marxismo. Eso sí: enfrentado a interlocutores informados y a otros que no lo son, el autor se esfuerza por clarificar sus teoría y sus conceptos claves. Quienes busquen introducirse en su teoría, densa y trabada, agradecerán estas páginas. También hay inflexiones que requieren un análisis cuidadoso: en los noventa ya no se habla de la ciencia marxista como en los setenta pero se mantiene con un método que nos proporciona otra guía de lectura y de práctica de la vida; una vida en la que los sujetos tienen identidades muy distintas en los periodos históricos: no sólo en los distintos modos de producción, sino también en las concretizaciones de cada uno de ellos. Por tanto, es una vida que siempre es distinta, siempre se vive históricamente y dentro de relaciones de explotación. 
Juan Carlos Rodríguez comenzó su carrera explicando que Eurípides no era literatura y que esta nace con el sujeto burgués moderno, sedimentándose entre finales de siglo XIV y el XVI. Lo cual no significa que el origen lastre a la literatura. Aquello fue el nacimiento de algo contemporáneo de acontecimientos homólogos: sujetos que contratan en un mercado, que ven la belleza del alma en un pecho y no en la sangre noble, que presumen que tiene interés incluso contar la existencia de un lazarillo. Fue un fenómeno burgués, claro, pero un origen histórico no es un pecado ni tampoco una maldición: puede haber otras prácticas de la literatura, como pueden existir otras maneras de considerar la libertad, el amor y la belleza de un pecho  —porque la burguesía resume su ética en una estética: lo que es bello, es bueno —. Juan Carlos Rodríguez fue un apasionado de la literatura aunque dijese que era histórica, como fue un amante de los hombres y mujeres reales precisamente por ser un antihumanista en la teoría: se es antihumanista en la teoría para comprender mejor cómo sufren y las personas en la práctica, para lo cual hablar del Hombre (o la Mujer) con mayúsculas no ayuda nada. 
Por eso produce tantísima emoción verlo constatar el posible final de la literatura en el capitalismo contemporáneo: a la gente la basta con el sentido común economicista y no necesita ya pensar en la belleza del alma y aún menos contarse cómo se llega a ser el que se es o qué caminos podían llevarte, con otros, a ser de otra manera. Es un mundo de onanismo capitalista: somos así y estamos encantados de conocernos. En esas circunstancias ni se necesita literatura, ni filosofía, ni historia: porque todo espesor nos sobra. Lo máximo que se puede es contar —ni siquiera se sabe si críticamente—las historias de violencia, competitividad y culto al propio cuerpo en las que se engolfa la narrativa contemporánea. 
Las últimas entrevistas nos muestran de nuevo a un pensador enfadado con la crisis y sabedor de que su marxismo tiene mucho que enseñarnos. Lean este libro, lean su obra porque la literatura —y la filosofía y la libertad— no han existido siempre pero no deben agotarse nunca: deben abrirse a otras modulaciones, jamás desaparecer. Como tampoco debe desaparecer la memoria de Juan Carlos Rodríguez.

Comentarios

José Luis Bellón Aguilera ha dicho que…
Excelente. Abrazos
José Luis Moreno Pestaña ha dicho que…
muchas gracias amigo. Otro para vosotros.

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