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¿Qué es una revolución simbólica según el Manet de Bourdieu? I. Sobre el "art pompier" como arte “soviético”


 

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El día 1 y 2 de diciembre celebraremos en Granada un seminario sobre el Manet de Bourdieu, dentro de lo que tiene voluntad de ser un seminario permanente de Teoría Crítica. Con ésta comienzo una serie de entradas acerca del libro que pueden servir para preparar el debate o enriquecerlo. En principio la iniciativa del seminario ha sido de Gabriel Cabello y mía aunque cuenta con la cobertura, el apoyo y el impulso del decanato de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Está prevista la participación de Franck Poupeau, uno de los editores del curso, de la Facultad de Filosofía y el decanato de alguien más aún por concretar.
Vayamos al asunto de esta primera entrada. Bourdieu desarrolla una de sus ideas más constantes y a mi entender más sugerentes y ricas para la descripción histórica. Bourdieu considera que el arte académico, organizado por los maestros de pintura en los célebres Ateliers de París, puede compararse con el arte soviético.
Para situar la comparación deben considerarse tres cuestiones. La primera es la diferencia entre un campo y un cuerpo: el segundo está completamente dominado por una ortodoxia y, frente a ella, solo cabe ser un hereje minoritario y, obviamente, morir aplastado simbólicamente. Bourdieu caracteriza en otros lugares la lógica del cuerpo como una lógica de Aparato Ideológico del Estado –aunque cabe discutir si el concepto althusseriano no puede ser leído de otra manera. Olvidando este punto (de interés solo para la historia de las ideas) el campo es un espacio de libertad, de individuos en conflicto por definir cuáles son los valores artísticos. Manet, dice Bourdieu, transforma un cuerpo (un aparato) y lo convierte en un campo y además produce una revolución en ese campo.
En segundo lugar, podemos ir precisando qué es lo soviético del mundo burgués de los Talleres de pintura y del art pompier. Obviamente es un sovietismo burgués, de gente razonable, que duerme cuando los bohemios se despiertan. Sovietismo significa, pues, arte heterónomo, dependiente de una línea ideológica, de un modo de vida, de una institución que jerarquiza escolarmente a los individuos. Puede haber una burguesía soviétizante. Y es que la URSS, con el jdanovismo del arte proletario, convierte en ideología el patronazgo institucional del arte. Bourdieu situaría el sovietismo en una tradición amplia que arranca desde la lógica de los mandarines en China (de donde proceden las pruebas de entradas en las Grandes Escuelas francesas) y llega hasta los efectos deletéreos de la televisión sobre la autonomía de los productores culturales. Soviética puede ser también, dentro de un capitalismo desenfrenado, la democracia de tertulia y del índice de audiencia. 
¿Por qué puede ser sovietizante la burguesía? Evidentemente es un anacronismo pero, en la introducción al curso, Bourdieu los recomienda –controladamente- porque sin ellos a veces no puede captarse el nervio de una coyuntura histórica. El anacronismo sirve para comparar contextos donde el capital político (ya sea el lugar en la jerarquía de un partido o de una Corte) se impone sobre el resto de los capitales y tiene la capacidad de redefinir los bienes colectivos o de imponer una línea en estos, una ortodoxia. En el sentido de Bourdieu, sovietizante es el art pompier o la lógica neoliberal de valorar exclusivamente la publicación (según cánones infinitamente más puntillosos que los soviéticos) académica estandarizada.  Sovietizante es cualquier forma de normalización política de la producción cultural. Bourdieu destaca los rasgos institucionales del sovietismo (insisto: ya sea liberal, socialdemócrata, comunista, monárquico del Tercer Imperio francés o bohemia de la Rive Gauche anarquizante): vigilancia permanente, jerarquización y ansiedad, en suma, con el Goffman de Internados, sometimiento del individuo a un exclusivo grupo de referencia que, normalmente, coloniza completamente la existencia: ya sea en la mirada del maestro del Atelier, del camarada dirigente o del intelectual de moda. Si el lector utiliza los conceptos como estímulo para la descripción y la comparación histórica y empírica, se sorprenderá de la riqueza implícita en la comparación entre el arte soviético y el arte académico propuesto por Bourdieu. Permítaseme recordar la descripción, escrita con Bourdieu en mente, del mundo filosófico franquista en La norma de la filosofía, un espacio (tendente a funcionar como un aparato) fieramente académico y opuesto a lo mundano.
Al respecto, y para la discusión en el seminario, recomiendo unas páginas de Las reglas del arte (Anagrama, Barcelona, 1995, pp. 194-212) y el anexo al capítulo I de Razones prácticas (Anagrama, Barcelona, 1997, pp. 27-32) titulado, precisamente, “La variante soviética y el capital político”.


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