Un año después, ¿qué balance del 15M? Para responder a la pregunta diferenciaré entre las aportaciones del movimiento al repertorio colectivo, es decir al modo de concebir la movilización, y la composición efectiva de las asambleas del movimiento.
Vayamos con lo primero. El 15M ha cambiado radicalmente la manera de movilizarse y reivindicar y constituye un antes y un después en la historia de los movimientos sociales modernos: no sólo en España. Ha introducido dos dimensiones desconocidas en alguno de sus momentos clave: el funcionamiento asambleario -sin la referencia unificadora de un conflicto laboral o social, esto es, agrupando a personas sin objetivos bien delimitados- y la participación masiva y permanente durante al menos dos menes. En suma, el 15M ha demostrado que un movimiento ciudadano puede funcionar democráticamente desde la base. ¿Cómo lo ha conseguido? Ni más ni menos que introduciendo normas básicas que han producido, en sus mejores momentos, una formidable civilización de las costumbres políticas: control del turno de palabra, rotación en los cargos, rendición de cuentas. Evidentemente, no siempre ha funcionado a la perfección, pero ha funcionado bien en muchas ocasiones: las suficientes para convertir la desprestigiada democracia asamblearia en un referente para la acción política cotidiana.
Como la sociología y la politología conservadoras -siempre es mejor leer a los enemigos profundos, que a los demagogos complacientes- se hartaron de explicar, las asambleas son demasiado inestables, se coordinan difícilmente y son terreno abonado para la manipulación de pequeños grupos y para el dominio de iluminados. La experiencia del movimiento demuestra que llevaban razón; pero, y ahí está la clave, no siempre. Y, además, las organizaciones jerarquizadas no ofrecen ventaja alguna al respecto. Por otra parte, el movimiento ha realizado un fortísimo trabajo por formalizar la democracia de base, visible en protocolos de actuación y de toma de decisiones que, como poco, controlan, cuando se cumplen, los vicios de la delegación política, por la cual, el delegado pasa de mandatado a mandador.
El movimiento no ha sabido –o mejor, no ha podido: ¡es muy poco tiempo!- hacer frente a dos problemas. El primero: no ha conseguido una forma de organización que sea accesible a personas con cargas familiares y con horarios de trabajos agobiantes. No ha conseguido precaverse contra la desigualdad política basada en la clase y en el género. Así, la mayoría de sus miembros hemos acabado procediendo de las capas sociales más desahogadas en tiempo y menos afectadas por la división social y sexual del trabajo. Pero, doy fe: la gente es consciente de ello, reflexiona sobre el particular aunque no vea la manera de hacerle frente. Es difícil pensar en algo tan simple como cambiar horarios –pero con tantas consecuencias en la selección social de los participantes en un movimiento- porque las agendas de los cada vez más escasos participantes en el movimiento se encuentran cargadas hasta la congestión, dada la cantidad de actividades en las que se encuentran comprometidos. He aquí el segundo problema: la creencia de que un movimiento debe ocuparse de todos los temas dispersa las fuerzas, únicamente permite integrarse a aquellos que viven para el movimiento y acaba produciendo una jerarquía fundada en la acumulación de contactos, conocimientos prácticos y relaciones. Esa tendencia permite acumular capital militante (es decir, redes sociales y manejo de la acción colectiva) pero impide acumular capital político (conocimiento efectivo y profundo de los problemas políticos y capacidad de explicarlos a población no politizada). Resulta difícil controlar ese proceso dentro de una cultura general, la cultura neoliberal –que no se ha inventado ni mucho menos el 15M, pero en la que vivimos sus miembros- donde la apología del emprendedor prioriza la minúscula creación propia antes que cualquier creación global y anónima.
Por otra parte, y esto se olvida a menudo, la adquisición de capital militante permite participar a personas que no son expertos en política, lo que hace al movimiento menos dependiente de quienes mejor manejan la palabra. Por medio de la participación se puede adquirir capital político. No se está condenado, pues, al círculo vicioso que introduce el capital militante en los movimientos: la competición entre pequeñas empresas políticas sin más sentido que el ego de quienes las promueven, la celebración narcisista de la movilización por la movilización, la pérdida del sentido general del movimiento en la actividad burocrática cotidiana.
Pasemos a lo segundo. Han existido varias fases –la cuestión no es homogénea y existen variaciones ligadas a coyunturas locales- en la participación colectiva. Una, antes del verano de 2011, donde el movimiento era todavía un movimiento popular masivo, capaz de atraer a personas de orígenes sociales y políticos muy diferentes. Otra, tras el verano, donde la movilización era masiva pero las asambleas se vaciaban poco a poco de gente. Movilización sin asambleas constituye un pobre consuelo porque un movimiento como el 15M no se mide por la gente que convoca sino por la calidad colectiva de las convocatorias (que exige que están sean pensadas, discutidas y acordadas y generen una vida política de mayor calidad entre sus miembros). Una tercera, tras la victoria electoral del PP, donde el 15M se ha convertido en una coordinadora de movimientos sociales.
Aún así, incluso en esta situación, el 15M ha reactivado a muchas personas que desaparecieron de la vida política y ha incorporado a otras personas nuevas, ajenas cualquier colectivo militante; y ha permitido que muchos movimientos sociales se coordinen y se acoplen, cuestión para la que antaño se necesitaban especialistas en alta diplomacia. Ninguna organización existente era capaz de hacerlo y ninguna es capaz de mantener lo que existe.
Un año después el 15M es un éxito: ha permitido revalorizar el secularmente desprestigiado asamblearismo y hoy constituye una lógica democrática plausible. Para el 15M y para cualquier movimiento que venga después del 15M. Ha agrupado a una población enorme para un movimiento e, incluso, cuando ha descendido el número de participantes, integra a gentes que de otro modo estarían en sus casas. Para terminar, y no es poco, ha introducido alegría y amistad en muchas vidas zarandeadas sin piedad por el saqueo capitalista del mundo y de nuestra vida cotidiana.
Sin duda, es el acontecimiento más importante en la historia reciente de los movimientos sociales. No sólo en España. Lo celebraremos el 12M.
Comentarios
"la celebración narcisista de la movilización por la movilización"
Apertas
Alexandre
1)Movilizarse para mostrar que se es mejor que otro movimiento social
2)Movilizarse para evitar discutir y para ocupar el tiempo en convocatorias
3)Movilizarse para mantener la autoestima y para decir somos muchos
4) Movilizarse para satisfacer las demandas mediáticas de la política espectáculo
Cada una de estas dinámicas está justificada al servicio de algo superior, pero por sí solo es un fetiche que se desnaturaliza a los movimientos sociales.
Un abrazo
Se quedan fuera la clase currante, migrantes empobrecidos, adolescentes, madres y padres, cuidadoras y cuidadores, gitanas y gitanos,...Nos faltan muchas y muchos; personas, grupos y creatividades.
Nos faltan mecanismos necesarios que faciliten el derecho de los sujetos a actuar efectivamente en el orden de las políticas y de las estrategias articuladas en lo local, regional, nacional e internacional. Instrumentos que aglutinen y confluyan la disidencia.
Sanear de sectarismo, la oligarquía y el afán de vanguardia a las izquierdas salvíficas. Generar procesos instituyentes e institucionales para que las voluntades ciudadanas se incardinen en una realidad que los gobiernos monopolizan ilegitimamente. Democratizar es hacer renacer a ésta democracia cadáver, es abrir las posibilidades formales de participación, discusión bella, es transformar el día a día de cada cuál con generosidad, resistir al acallamiento disciplinado, ir más allá del deseo de ser admirado o admirada, o de admirar.
El 12M celebraremos, pero mirando nuestro quehacer con el justo sentido, nos jugamos demasiado.
nano.